Recientemente, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de EE.UU. publicaron que en 2024 murieron 80.000 personas por sobredosis de drogas en el país, un descenso del 27 % respecto a las 110.037 registradas en 2023, marcando la cifra más baja desde 2019. Aunque este dato parece traer un rayo de esperanza en la lucha contra las drogas, un análisis más profundo revela que la crisis de drogas en EE.UU. está lejos de haberse resuelto.
En los detalles, se observa que unas 48.400 muertes fueron causadas por el consumo excesivo de opioides sintéticos, principalmente fentanilo, lo que representa una baja del 37 % respecto a 2023 y un 60 % del total de fallecidos. Otras 29.500 personas murieron por consumo de metanfetaminas, una disminución del 21 %. Geográficamente, Nevada y Dakota del Sur vieron un aumento en las muertes por sobredosis, pero los otros 48 estados y Washington D.C. registraron descensos, siendo Ohio y Virginia Occidental los que mostraron las caídas más pronunciadas.
Según los expertos, esta tendencia descendente se debe a múltiples factores. Uno de los más importantes es el aumento en la disponibilidad de naloxona, un antídoto que revierte los efectos de la sobredosis. Hoy en día, los policías la llevan consigo, hay campañas en postes públicos y su presencia en campus universitarios es habitual, permitiendo una respuesta rápida ante emergencias. También ha influido el tratamiento a personas con adicciones y una mayor conciencia pública. No obstante, las cifras siguen siendo altas. Daniel Ciccarone, experto en políticas públicas de la Universidad de California en San Francisco, advirtió que si se baja la guardia, las muertes podrían volver a aumentar.
El problema de las drogas en EE.UU. tiene raíces profundas. El país, que alberga menos del 5 % de la población mundial, consume un importante % de la producción global de drogas y el 80 % de los opioides. Desde los años 60, el consumo de marihuana se ha convertido en un problema social, y su legalización en muchos estados ha complicado aún más la situación. La epidemia de opioides, en particular, ha provocado una crisis sanitaria sin precedentes. En 2022, más de 106.000 personas murieron por sobredosis de opioides, una cifra que superó la suma de muertes por armas de fuego y accidentes de tráfico. Dos tercios de estas muertes fueron causadas por opioides sintéticos como el fentanilo.
Las raíces del problema están dentro del propio sistema estadounidense. A nivel político, los grupos de interés han influido en la legislación mediante el cabildeo y el uso del dinero en la política, promoviendo la legalización de drogas. Las farmacéuticas, movidas por intereses económicos, lograron que hace 25 años se relajaran las restricciones para recetar opioides, minimizando su riesgo de adicción y desatando la crisis. Además, la respuesta del gobierno ha sido débil, con escasos avances en control de recetas y campañas preventivas, lo que ha agravado la situación.
Desde el punto de vista social, las desigualdades económicas, el racismo estructural y otras tensiones sociales han empujado a muchos jóvenes hacia un “consumo desesperado”, usando drogas para evadir la realidad. Esto ha derivado en una oleada de problemas sociales: aumento de muertes por sobredosis en adolescentes, consumo en edades cada vez más tempranas, crisis familiares, violencia, y traumas psicológicos infantiles.
Si bien la baja en las muertes por sobredosis representa un dato alentador, no debe ser excusa para relajar las políticas antidrogas. EE.UU. necesita una reflexión profunda sobre las raíces de su crisis, con reformas estructurales en lo político, económico y social. Esto implica romper con la influencia de los grupos de interés, regular a las farmacéuticas, reducir la desigualdad, proteger a los jóvenes y elevar la conciencia colectiva sobre los peligros de las drogas. De lo contrario, este descenso podría ser apenas un espejismo, y la amenaza continuará poniendo en riesgo la vida de los ciudadanos y la estabilidad del país.
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