Poco antes del mediodía del pasado jueves, en Río Bravo, agentes de la Guardia Estatal le marcaron el alto a una camioneta en la que viajaban dos hombres, quienes emprendieron la huida.
Cuando los policías les dieron alcance y trataban de someter a los pistoleros, llegó un comando que los emboscó. Una bala dio en la cabeza del conductor de la patrulla.
Mientras sus compañeros repelían el ataque armado, el muchacho fue trasladado con vida a un hospital de Reynosa, pero los esfuerzos médicos por salvarlo fueron inútiles. A los pocos minutos falleció.
Cristopher Rivera Cervantes, era hijo de un querido amigo en Ciudad Victoria. No hay palabras para tratar de consolar a un padre, una madre, una hermana, una esposa, su abuelita y toda la familia, ante tamaña perdida, sobre todo por las circunstancias en que se dio.
“Los emboscaron. Mi niño no llevaba casco. Eso tal vez le hubiera salvado” cuenta Tereso, el padre, en medio de su intenso dolor y pesar, al tiempo de que recuerda que muchas veces trató de convencer a Cristian de que dejara la policía.
“Entró a la policía sin mi permiso. Le decía que trabajar en la policía solo tiene dos destinos: la muerte o la cárcel. No me hizo caso. Desde entonces me resigne a que algún día podía tocarle. Él y yo sabíamos los riesgos” dice, mientras las lágrimas resbalan de su rostro.
Antes de ser sepultado, Cristian recibió un homenaje póstumo en las instalaciones de la Secretaría de Seguridad Pública del Estado. Sus compañeros lo despidieron con honores.
Su padre tiene razón: ser policía solo tiene dos destinos: la muerte o la cárcel.
Por eso pocos quieren ser policías. Por eso la Secretaría de Seguridad Pública y la fiscalía general de Justicia del Estado enfrentan un déficit de miles de elementos.
Ambas instancias han acudido a otras entidades en busca de valientes o “suicidas” que quieran formar parte de las corporaciones. Pero solo han encontrado desprecio a la convocatoria.
Platique con algunos agentes de la actual Guardia Estatal y todos coinciden en algo: desde hace muchos años el gobierno local ha descuidado la capacitación y profesionalización de la policía.
“No hay un programa de capacitación permanente para enseñarnos a disparar, a desplegar tácticas de combate durante los enfrentamientos, a implementar estrategias preventivas para reducir el riesgo de emboscadas. Los gobiernos han regateado los recursos a ese rubro y las consecuencias las vemos con la perdida de vida de muchos compañeros” narra un agente con más de 15 años de experiencia.
A eso hay que sumarle las carencias que enfrentan los policías. Les regatean el equipo, uniformes, gasolina y hasta las balas, lo cual los coloca en franca desventaja frente a una delincuencia cada vez más sanguinaria y, sobre todo, mejor armada.
Ojalá que el gobierno entienda que el fortalecimiento de las corporaciones policiales debe ser una prioridad presupuestal. Debe haber disponibilidad suficiente de recursos para capacitar y equipar a cada elemento. Sin pichicaterías.
A la par de ello, cada muerte de un policía debe ser castigada ejemplarmente. No debe haber impunidad.
En Estados Unidos, cuando un policía es asesinado el Estado se muestra implacable contra los responsables. Aquí debe hacerse lo mismo. El día en que el gobierno lo haga, los delincuentes le pensarán más antes de disparar contra un agente.
Esperemos que, en el caso de Cristian, la autoridad sea implacable contra los responsables. Sería el mejor acto de justicia para él y toda su familia.
Deben, los gobiernos, ser tan implacables como lo fueron tras el reciente secuestro de cuatro estadounidenses en Matamoros, dos de ellos asesinados. Ese día movieron cielo, mar y tierra, para rescatar a las víctimas y detener a los responsables. Eso mismo debería estar sucediendo tras el asesinato de Cristian.
ASI ANDAN LAS COSAS.
roger_rogelio@hotmail.com
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