Ciudad de México.- Ser un profesional de la NFL durante 18 temporadas, es todo un reto. Pero además de haber sido titular indiscutible, ser un triunfador en toda la extensión de la palabra, es lo que diferencia al gran Peyton Manning de muchos de sus contemporáneos.
El próximo domingo terminará una de las trayectorias más sobresalientes en la historia del futbol americano. Manning es la representación en persona del éxito, del profesionalismo, de la sagacidad, de la visión y muchos otros atributos que difícilmente podrían ser acomodados de forma individual en cualquier deportista, más difícil es entonces, que todos ellos recaigan en un solo personaje.
Hace algunos años cuando Manning finalmente derrotó en un juego importante a Tom Brady, lo hizo bajo los reflectores del hoy desaparecido RCA Dome de la ciudad de Indianápolis donde escribió las páginas más brillantes de su carrera.
Esa victoria en el juego de campeonato de la Conferencia Americana, lo catapultó para conquistar el que es hasta ahora, su único título de la NFL. Aún en medio de la polémica de por qué no terminó apabullando a los Osos de Chicago allá en Miami, nadie puede restarle méritos a su victoria. Si el gran Peyton no se hubiera encontrado en su camino a Brady probablemente figuraría en la lista de los inmortales que han ganado más de un Super Bowl. Pero aún así la grandeza del máximo pasador en la historia de la Liga no puede ser cuestionada.
En medio de las odiosas comparaciones que se hacen, particularmente, con su hermano Eli, Peyton es considerado desde ya un futuro miembro del Salón de la Fama. Quizá por eso no sea para muchos de nosotros, una obligación el que conquiste la victoria el próximo domingo ante las Panteras de Carolina. Con un anillo de Super Bowl, o con dos, para los que tuvimos el privilegio de verlo en los emparrillados su carrera no tienes sombras, no al menos para quienes vemos a los triunfadores como él, aún en medio de la tempestad que pueden significar sus derrotas ante los Santos de Nueva Orleans y los Halcones Marinos de Seattle.
El ser considerado un auténtico mariscal de campo, con la capacidad de cambiar jugadas en la línea, de leer defensivas como muy pocos jugadores en la historia de la liga, de encontrar victorias donde ya se cantaban derrotas, y de hacerse de su propio espacio en tiempos en los que ha coexistido con otros futuros miembros del Salón de la Fama como Ben Roethlisberger, Tom Brady, y su propio hermano Eli, todos ellos múltiples ganadores de títulos de la NFL, agrandan su curriculum. Tampoco será consuelo que no le haya sucedido lo que a Dan Marino, a quién sólo se le presentó una oportunidad de ir al Super Tazón, y la perdió ante San Francisco, a pesar de sus incontables récords en la Liga.
Si usted me pregunta hay muchas más razones que le puedo dar para explicar el por qué hay que admirar a Peyton Manning. La última muestra de sus innegables cualidades, la vimos hace dos semanas, cuando más que vencer a los Patriotas de Nueva Inglaterra y a Tom Brady, se impuso al tiempo, ese que no perdona nadie, cuando ya no contaba con su prodigiosos brazo, pero sí con su aún intacta visión de campo y su magistral forma de controlar el reloj de juego.
Yo entiendo claramente que el ser campeón no es equiparable a nada más. Pero aún así Manning, a quién no le queda nada más que demostrar en la NFL, dirá adiós y ya sea ganando o perdiendo el Súper Tazón, nada podrá objetar lo ya conquistado.
Será pues, el adiós de un Monstruo Sagrado, y si lo hace además conduciendo al triunfo a los Broncos de Denver, eso sí incrementará su ya de por sí formidable estatura.
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